Mosquitos contra la pared

Salgo a tu encuentro de nuevo, como nuevo. Con la conciencia tranquila y la tranquilidad consciente de un careo judicial. Nos eliminamos como mosquitos contra la pared. Acabo de escuchar decir eso a Francis Bacon tras el suicidio de su amante a los treinta y siete años. Según te espero, mi pulso aumenta, mi mano suda como si estuvieses agarrándola; pero sé que nunca más lo harás. Y ya no importa, pienso. No quiero mezclar mi sudor con el sudor fresco de tus últimas batallas. A la vez, intento mostrarme firme. Pienso en un mundo virtual donde tuvimos hijos y me asalta la duda de si esos nosotros diminutos, hechos de unos y ceros, que se unieron para hacer doses y treses, habrán vuelto a ser unos con unos y ceros con otros. Unos contigo y ceros con otro. De repente, me sorprendo pensando en si eres más uno que cero o al revés. Intento buscar una teoría original sobre porqué eres más uno que cero y me avergüenzo de mí mismo al darme cuenta de que el centro del mundo no es más que un círculo, un cero, pero tú eres más uno, que divide a cualquier otra cifra y la deja impasible. Observo las chimeneas de la plaza y las cuento, concentrándome en no buscarte entre la multitud que vomita el metro, en no vomitar mares entre la marea humana.

Al final apareces. Finjo. Me estrello contra mi voluntad y te estrello contra mi pecho. Pero mi beso vuela ya hacia la nada y los tuyos hace tiempo que son nada. Busco darte sombra pero te obstinas en correr; te afirmas en tu negativa y me niegas un sí. Por momentos todo es como antes. Mientras, jadeas palabras. Para ti, todo es un avituallamiento antes de continuar hacia una victoria contra ti misma. Un desvío cómodo en el que respirar un poco. Soy un llano en tu etapa de montaña.

Me preguntas si estás fea, y yo te digo que no. Pero te veo detrás de una cortina translúcida y amarillenta, de nicotina, cerveza y suelo urbano. La pinto en mi imaginación de margaritas, estrellas y nubes, como las cortinas de baño de saldo, y pienso que todo el mundo te ve tras ellas. Pero pronto se abre ese telón y vuelves a ser tú, ahí, desnuda sobre el escenario, dándolo todo, como siempre. Despidiéndote. Como siempre.

Las despedidas me gustan largas, como en las películas. Donde una frase puede cambiarlo todo. Y me agarro a la idea de agarrarse. Me aferro y me arrastro, y tú ríes en silencio, mientras hace rato que saliste huyendo. Sólo quedó conmigo tu sombra. Que ya no es la mía. Tu sombra ahora se funde con la oscuridad del bosque que te traga. Troncos enhiestos que brindan sus copas para ocultarte del sol. Tu pelo rojo ya no brilla. Bajo las farolas, todos los cabellos son naranjas. Pero apago las luces de mi rabia y te miro a la vez que tú tratas de no convencerme de nada. Y te vas sin una mirada.

Cruzo el umbral de un nuevo destino. En un universo alternativo, hubieses dado la vuelta. Y en vez de un fin en negro, habríamos visto surgir de entre nuestro abrazo “Metro Goldwin Mayer presenta”. Y yo me acuerdo de todos mis abrazos que vas a regalar a otros. Pero te vas corriendo, creyendo que nunca pararás. Y sólo quiero correr tras de ti; voltearte, mirarte, besarte y tomarte. Aunque te diga que me conformo con soñarte, con mecerte, con cuidarte. Pero tú ya me has descuidado y en tus sueños nunca estuve.

Si te cansas de correr, yo seré tu sombra, seré tu acomodo.

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