Examen de conciencia

Me apresuro a escribir para hacer eso de lo que tanto me hablaron en el colegio de monjas, cuando era pequeño, y que yo veía como una especie de Selectividad divina o un test de conducir, en la misma línea de dificultad: el examen de conciencia.

Un examen de conciencia debe ser algo íntimo, y, aunque soy bastante celoso de mi intimidad, necesito compartir esto con mi teclado y con ustedes. ¿Que por qué? Pues porque, sencillamente, se trata a priori de una confesión, y una confesión debe hacerse pública y vergonzosamente. En este caso no seguiré los cánones de la Iglesia, donde la confesión es algo así como el porno de los curas, sesiones privadas, lap-dances para su propio regocijo y el del pecador.

Pues comencemos por el final, que el principio es algo más largo. He decidido tomarme mi soledad como algo inevitable e invencible. De hecho, mientras no se demuestre lo contrario, soy culpable de fomentarla, la soledad, y de paso me restriego entre las piernas de la autodestrucción, como un gato que no sabe lo que quiere.

Antes de este final, existe una decisión que por ajena no es menos importante en este caso. La decisión de Blanca de hacer lo mismo: convertirse por fin en una persona solitaria. Con eso, no sé si se refiere más a una serie de soledades más satisfactorias, sexualmente hablando, o a que sólo necesita centrarse en saber qué es lo que busca. En todo caso, necesita estar sola por una temporada. Algo que no quiere decir nada. Una temporada puede significar nueve meses, lo que dura una temporada de fútbol; pueden ser tres meses, lo que, estrictamente hablando es una estación del año en este país subtropical; o pueden ser años. Una temporada es bastante vago como término. Lo de estar sola y no necesitar a nadie es más incisivo. Aunque vivimos rodeados de gente todos los días, me temo que esa compañía no llena en absoluto nuestras expectativas. Y en el caso de Blanca, rodeada de monos y de mandriles, de bonobos obsesos y de chimpancés que se perderían en un pasillo sin puertas, más aún. Por eso, he decidido no ser un mandril o un obseso. Sé que lo hace para intentar ser más feliz por su propia cuenta. Provoco ese tipo de reacciones en las mujeres. Espero de ellas tal dependencia que finalmente se preguntan si pueden respirar, incluso, por ellas mismas.

En cualquier caso, si ella quiere intentar ser feliz por sus propios medios, estoy convencido de que lo será más sin un acosador alrededor mandándola mensajes de amor y pidiendo explicaciones vanas.

Porque la necesidad de soledad no es algo irremediable, digo yo. Al final, todos nos cansamos de conocernos mejor. Sobre todo porque da miedo darse cuenta de lo simples que llegamos a ser. Nuestra simplicidad sí que es irremediable. Existen, y esto es algo científico, algo que leí no hace mucho en un libro de Bernard Werber, tres necesidades primordiales en el ser humano: comer, cagar y follar. Y sobre estas necesidades se basa nuestra vida. Así que, ¿para qué conocernos más? Pues para probarnos a nosotros mismos que somos diferentes. Es un egocentrismo que nos desasosiega. Nos provoca tal temor pensar que no somos más que animales, que necesitamos encontrar una razón para los instintos que nos dominan desde hace trescientos mil años.

Pero además, hay algo que nos imprime aún más angustia: cómo saber si hemos elegido bien. Esto merece otro párrafo. Y es que, si no sabemos qué queremos, no podremos saber nunca si la elección ha sido la correcta. Y eso nos hace volver a lo de antes. ¿Qué queremos? Pues comer, cagar y follar. Como los principios culturales occidentales nos impiden comernos a la persona amada sin tener cierto sentimiento de culpa, y lo de cagarse encima de la amante es algo bastante repugnante, a mi modo de pensar, pues buscamos hacer todo eso a solas, mientras que buscamos una persona con la que poder practicar un sexo seguro y confidente, donde nuestros instintos no deban ser retenidos ni ocultos. Y en eso se basa nuestra búsqueda.

Ahora, que si lo del sexo se convierte en una parte completamente dispensable de nuestra vida, como es mi caso en este momento, no tenemos porqué buscar compañía más allá de la que produce un consuelo vacuo y una satisfacción social, de sentirse parte del grupo, como la de los amigos y la de las personas que se nos van cruzando por la vida momentáneamente.

En eso todos estamos de acuerdo. ¿Quién no ha dejado de llamar a un amigo o a todos, por estar con la persona amada? No les necesitamos hasta que esa persona decide buscarse a sí misma. ¿Quién no se ha sentido completamente fuera de lugar en una reunión, actuando como uno más, sin saber siquiera de qué cojones vale el sentirse parte de ese grupo? De vez en cuando nos pagan una cerveza o tienen tabaco cuando se nos acaba el paquete. Pero nos hacemos una coraza y nos fabricamos una máscara perfecta que va pesando y pesando. Y al final, pues eso, nos da por decir “hasta aquí” y nos aislamos. Así, podemos comer, cagar y tener sexo (no hay que menospreciar la masturbación, “la main au service de l’imagination” como dijo el gran surrealista André Breton) sin que nadie nos pida explicaciones.

Pero esto se trataba de un examen de conciencia. Y mi conciencia me dice que no se siente aún bien tratada. La verdad, como no sé cómo empezar, terminaré aquí, para no aburrirles. La conclusión que saco de todo esto es que uno no puede conocerse a sí mismo sin una referencia, sin un espejo en donde mirarse. Pero puede ser muy feliz intentándolo. Y en esa felicidad dejo a Blanca. Con la conciencia bien tranquila de saber que la he tratado todo lo bien que he podido y con la esperanza de que un día me llame para comer en compañía o para tener algo de sexo por consuelo. Espero que lo de cagar no se la ocurra.

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