El barbecho

Crujiente,
como el eco de tus palabras en mi mente,
se va labrando el deseo entre los surcos helados.
Rompe la superficie y sale la tierra, negra, húmeda,
dispuesta a ser fecundada por tu mano.
Y ya no puedo compartir la vida.
He creado un monstruo perverso.
He desafiado a la muerte,
y tampoco puedo compartir la muerte.
Contigo.
Sólo contigo.
Tú que me das la vida y la muerte
en la dosis necesaria para creer que sí,
que el dolor en su justa medida es bueno.
Y me dejo arar la piel
para quererte en mi sangre,
para morir en tu vida,
para ganarme la muerte.

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